En las últimas décadas hemos sido testigos de auténticas innovaciones tecnológicas que han surgido a un ritmo extraordinariamente veloz, casi sin dejarnos tiempo para reflexionar sobre su real impacto. Me refiero a Internet, el correo electrónico, los teléfonos inteligentes, Google, Facebook, Twitter y demás, que han transformado los modelos de negocio de empresas y la vida cotidiana de la gente. Cuando leí por primera vez noticias sobre Bitcoin, mi interés sólo se veía superado por mi escepticismo y, dada mi condición de docente de finanzas, despertó también mi curiosidad en sumo grado.
El dinero es la institución social por excelencia. Fue creado por la sociedad de forma evolutiva y espontánea a lo largo de los siglos, siendo además un bien económico común generalmente aceptado, permitiendo que se multipliquen los intercambios de bienes y de servicios entre individuos hasta llegar al nivel de prosperidad y de acumulación de riqueza de hoy en día.
En una sociedad compleja no se puede organizar la actividad económica sin una unidad de medida, una reserva/depósito de valor, o un medio de intercambio. La calidad del dinero se determina evaluando qué tan bien cumple esas tres funciones. Sin una unidad monetaria estable e independiente, los derechos de propiedad se ven alterados y no pueden sobrevivir. Sin derechos de propiedad, no serían posibles el comercio, el ahorro o la inversión. Por último, sin comercio, ahorro e inversión se paralizaría la acumulación del capital o riqueza, que es la base del progreso de la civilización. En definitiva, no puede haber un mercado libre sin un dinero (o moneda) sano. De manera que, en ausencia de un mercado libre, la libertad no sería más que un mero concepto filosófico.
El Bitcoin es dinero digital (no electrónico), creado en 2009, como una clara alternativa al dinero fiduciario de curso legal. Sirve como cualquier otra moneda o divisa tradicional (dólar, euro, yen, sol, etc.) para intercambiar bienes y servicios. Sin embargo, a diferencia del dinero de curso legal que usamos, lo más importante del Bitcoin es su independencia frente a cualquier Banco Central o Gobierno, y por tanto a una posible devaluación, congelamiento o pérdida, como ocurre con el dólar, el euro o el sol peruano, merced a la intervención “sucia” del Banco Central. A diferencia de otras divisas no hay detrás una política monetaria ni comercial, como tampoco hay un modelo económico de país que fortalezca o debilite el valor del Bitcoin. Su precio viene sólo empujado por la demanda, ya que su oferta, es limitada o finita.
Esencialmente, el Bitcoin no es más que un archivo digital en el que se enumeran todas las operaciones o transacciones que se han realizado en la red en una versión de lo que podríamos llamar un libro mayor de contabilidad, que en este caso se conoce como “cadena de bloques” o blockchain. Esta tecnología está dando lugar a un nuevo patrón económico basado en la descentralización de la confianza, donde todos podremos intercambiar bienes y servicios sin necesidad de terceros.
Cuando el Bitcoin vio la luz en el año 2009 su precio apenas era de unos pocos centavos de dólar. En aquel entonces la tecnología blockchain era completamente desconocida, nadie veía valor en ella y, por ende, el precio del Bitcoin reflejaba ese desconocimiento. Desde su creación hasta el día de hoy, la comunidad de usuarios de blockchain y, por consiguiente, de bitcoins, ha crecido ininterrumpidamente. Este crecimiento queda reflejado en el número de wallets (monederos digitales para depositar bitcoins) que se han creado desde el nacimiento del Bitcoin.
Sólo en el año 2017 el número de estos monederos digitales pasaron de 10 a 17 millones. Estas cifras muestran la fortaleza de la demanda global de bitcoins, lo que tiene un reflejo directo en el aumento de su cotización, llegando en noviembre de este año a un precio de mercado de BTC/USD 7,500.00. Su aceptación y su creciente, tanto en el ámbito público como en el privado, también se refleja en el número de plataformas de intercambio, casas de cambio o Exchanges, cajeros automáticos, etc., en que operan en la actualidad. No obstante, para el inversor calificado, el hecho de que estas plataformas no tengan una adecuada regulación puede suponer un freno, por la desconfianza que le genera el funcionamiento de las mismas.
El creciente interés sobre el Bitcoin se refleja en la evolución de su precio. Si bien es cierto que la volatilidad en su cotización puede provocar una cierta desconfianza en relación con su desempeño futuro, mientras su comunidad o colectivo de usuarios, fuente real de fortaleza del Bitcoin, continúe en aumento, seguirá fortaleciéndose. Todo parece indicar que así va a ser, por lo que, sin duda, los próximos años dos a tres años serán claves para el futuro del Bitcoin en su camino a convertirse en una alternativa real a las divisas tradicionales, y una amenaza a la supervivencia de los todopoderosos bancos centrales. No hace falta tener una bola de cristal para vislumbrar el futuro prometedor del Bitcoin. Sólo hay que mirar el camino recorrido desde su creación para advertir que la nueva divisa digital provocará más pronto que tarde una verdadera revolución en el sistema financiero mundial.